Arzobispado de Puerto Montt

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Poderoso caballero …

Es cosa de ver los noticieros nacionales más de dos días seguidos o leer los diarios o escuchar las noticias en la radio y siempre nos encontraremos con cientos de informaciones que nos hablan de delitos cometidos por connacionales y extranjeros en esta larga faja de tierra que llamamos Chile.

La preocupación de la ciudadanía crece a la par con el crecimiento de los delitos. Ya no es el ladrón de la esquina, sino la de una o varias organizaciones criminales que de manera sofisticada buscan la manera más rápida y, a veces, violenta para engrosar de manera ilícita las propias arcas a costa del patrimonio de personas que con esfuerzo han ido consolidando una situación para ellos y sus familias.

El modo de conseguir este objetivo se ha ido complejizando. Con estupor constatamos secuestros, robos a mano armada, grupos organizados que entran a casas y centros comerciales, alunizajes, narcotráfico, narcocultura y un sinnúmero de modos y motivos para delinquir. Incluso en estos días se ha revelado el audio de una conversación de un conocido abogado que deja entrever la comisión de ilícitos a través de pagos a funcionarios públicos.

¿Qué está pasando en nuestro país? Hace algunos años creíamos que los episodios de corrupción eran mínimos; sin embargo, la fuerza de los hechos nos revelan que en este sentido no nos diferenciamos de otros países. La explicación clásica plantea que los robos o el conseguir dinero de manera ilícita se entiende desde las necesidades no satisfechas de una parte de la población. Si fuera así, las soluciones a este flagelo serían más simples de cuanto se pudiera pensar. Pero, no es así, a la base de la criminalidad, de la acción ilícita para conseguir algo que no se posee, muchas veces vinculado al dinero, hay un problema antropológico más serio. Se trata de una oscuridad ética que pretende justificar el comportamiento no sólo reñido con la ley, sino también y por sobre todo reñido con la justicia y el bien. ¿qué es lo que anima el comportamiento de cada persona?

Cuando la búsqueda del dinero a cualquier costo, se transforma en el motivo de la vida, pareciera revivir Francisco de Quevedo que con su impecable lucidez criticaba la avidez desbocada en el s. XVII, declamando: “Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues de puro enamorado, de continuo anda amarillo. Que pues doblón o sencillo, hace todo cuanto quiero; poderoso caballero es don dinero”.

 

 

+ Fernando Ramos Pérez

Arzobispo de Puerto Montt