Arzobispado de Puerto Montt

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Te Deum 2024: Monseñor Ramos llama a construir, desde la aceptación y el diálogo, la amistad cívica que permite una sana convivencia nacional.

Autoridades regionales, civiles, militares y de orden, representantes de diversas instituciones y organizaciones sociales, autoridades eclesiásticas y académicas, e invitados especiales de la comuna de Puerto Montt asistieron al Te Deum Ecuménico realizado en la Catedral de Puerto Montt.

El Te Deum fue presidido por el Arzobispo de Puerto Montt, Monseñor Fernando Ramos, en el marco de las actividades tradicionales de Fiestas Patrias.

Ver Aquí Homilía Te Deum 2024 completa

En su homilía, el Arzobispo Ramos resaltó:

1. Herederos de una tradición
Celebrar el Te Deum en el día de nuestras fiestas patrias es una de las tradiciones
más antigua de nuestro país. Ya en 1811, apenas un año después de la Primera
Junta de Gobierno, José Miguel Carrera solicitaba a las autoridades que se
elevara una acción de gracias a Dios porque se estaba cumpliendo un año de un
gran momento histórico de nuestro país. La solicitud se renovó al año siguiente.
Después de algunos años, y una vez consolidada la independencia nacional, de
manera ininterrumpida se ha venido celebrando una acción de gracias a Dios
por lo que significa a los chilenos tener una patria y ser una nación
independiente, constituyéndose así en la tradición republicana asociada al 18
más antigua de nuestro país.
Al principio el Te Deum se celebraba solo en la catedral de Santiago, pero
después se ha ido extendiendo a todas las catedrales del país, ya que, junto a
otras expresiones de los festejos propios de esta fecha, en todas las regiones se
ha querido vivir con la misma intensidad que en la capital el gozo y la gratitud
de lo que significa poseer y festejar una identidad común en torno a nuestra
independencia.

2. En la huella de los padres de la patria
Nuestra historia está llena de hechos, momentos y acontecimientos que hablan
de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Hemos sido capaces de
sobreponernos muchas veces a las inclemencias del tiempo, a las amenazas de
la naturaleza y a las incertidumbres de la vida. Pero esto no ha sido fruto de
inesperadas contingencias o casualidades de la vida, sino más bien de la
reflexión y de la acción decidida de quienes nos han precedido en estas tierras.
Lo que ahora somos es gracias a quienes fueron antes que nosotros. Tenemos
que estar muy agradecidos de aquellos que con esfuerzo y desinterés fueron
plasmando lo que hoy es nuestro país. Vemos una lista interminable de hombres
y mujeres que, con su esfuerzo generoso, su pensamiento inquieto y su obra
creativa, fueron entregando a las generaciones sucesivas, como nosotros ahora,
un país con nuestras perspectivas y desafíos.
Todos ellos, hombres y mujeres, fueron líderes en la política, en la carrera
militar, en el arte, las ciencias y la tecnología, en los campos y ciudades, en las
escuelas y universidades, y en todas las expresiones y disciplinas del
pensamiento y de la acción humanos. Fueron generadores de una tierra nueva
no sólo cuando pusieron lo mejor de ellos mismos, sino también cuando lo
hicieron con otros para buscar un resultado de excelencia, de bien o de
superación de lo que existía antes. Fueron capaces de dejar de lado sus
diferencias, sus legítimas apreciaciones o las divergencias, para ponerse manos
a la obra y encontrar así soluciones creativas que beneficiaran directa o
indirectamente a los demás, sabiendo ponerse de acuerdo. En el fondo,
entendieron que su liderazgo había que plantearlo desde el servicio.

3. El servicio, una vocación
Escuchábamos hace un instante un fragmento del Evangelio de San Juan que
nos narra un episodio desconcertante en la vida de Jesús de Nazareth. Al
comenzar el momento cumbre de este evangelio, acercándose la celebración de
la Pascua de los judíos, Jesús se reúne con sus discípulos a celebrar la cena de
Pascua. Sabiendo que había llegado su hora, realiza el gesto de lavar él mismo
los pies de sus discípulos. Este gesto, característico de la cultura judía, lo
realizaban los siervos de una casa a quienes eran invitados y que entraban en
ella después de caminar por senderos polvorientos bajo un sol implacable. Los
invitados llegaban cansados, sudorosos y literalmente con los pies empolvados.
La casa, entonces, se preocupaba de acogerlos dándoles de beber agua y
lavándoles los pies.
El relato del evangelio nos revela dos miradas divergentes frente a este hecho.
Por una parte, la mirada de Simón Pedro que no acepta que Jesús le lave los
pies, pues considera que es una humillación innecesaria del Maestro; en efecto,
cuando Jesús llega a su lugar, Pedro le pregunta “Señor, ¿tú me vas a lavar los
pies a mí? … ¡Tú jamás me lavarás los pies!”.
Por otra parte, la mirada de Jesús que explica su gesto: “¿Entienden lo que acabo
de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque
lo soy. Pues si yo, que soy su Señor y Maestro, les he lavado los pies, también
ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado ejemplo para que hagan
lo mismo que yo hice con ustedes”.
La mirada de Jesús se impone a la de Simón Pedro, pues da vuelta las
comprensiones meramente humanas que consideran a quien tiene más
responsabilidad o autoridad como el que ha de ser servido, para que en realidad
se transforme en un servidor. En definitiva, los líderes, las autoridades y todos
aquellos que detentan una responsabilidad mayor se legitiman ante los suyos en
la medida que son percibidos como servidores, como los que buscan el bien de
los demás, como los que ponen su cargo para que los demás encuentren en ellos
alguien en quien confiar por su entrega, eficiencia y generosidad.

4. Las exigencias del presente
El gesto y la palabra de Jesús parecen ser extremadamente iluminadores para
nosotros, pues nos abre un horizonte para enfrentar los desafíos que nuestro país
presenta en la actualidad. Son múltiples los desafíos que debe enfrentar un país,
especialmente en nuestros tiempos en que los procesos son tan acelerados y la
innovación ofrece cada día algo nuevo. Sin embargo, últimamente nos hemos
visto sacudidos por dos crisis de gran peso en nuestra sociedad.
La primera se refiere a la crisis de seguridad asociada a una actividad criminal
cada vez más osada, extendida y violenta. Esta crisis, muchas veces vinculada
al narcotráfico que genera la narcocultura y se alimenta del narcoconsumo, al
crimen organizado, que utiliza a delincuentes cada vez más jóvenes, ha ido
condicionando gravemente la vida de los chilenos no solamente en la zona
central, sino también en otros lugares y regiones como la nuestra. El temor, la
angustia y la sensación de desamparo se han ido apropiando de mucha gente,
especialmente los más vulnerables y los de la tercera edad, quienes ven con
preocupación su propia seguridad y la de los suyos. La acción criminal
continuada tiene la particularidad de afectar tanto a personas concretas víctimas
de los delincuentes como también a la sociedad entera, pues va generando una
sensación de inseguridad haciendo sospechar a unos en contra de otros,
destruyendo así el tejido social.
La segunda tiene que ver con los casos de corrupción que hemos ido conociendo
los últimos meses. Sería muy injusto afirmar que ella se encuentra en todos los
organismos y reparticiones públicas, pero ciertamente a todos nos ha
desconcertado enterarnos de distintos casos que han golpeado la opinión
pública; es una realidad que al parecer ha ido extendiendo sus tentáculos en los
diversos poderes del Estado, así como en algunas reparticiones que tienen que
ver directamente con la atención a los ciudadanos. Esta crisis puede traer como
consecuencia el debilitamiento de las instituciones involucradas, haciendo así
un grave daño a la totalidad del sistema democrático.

5. Emprender el camino hacia el futuro
Es responsabilidad de todos los ciudadanos enfrentar esta situación. No nos
podemos quedar de brazos cruzados exigiendo que otros actúen en nuestro
lugar. Cada uno podrá ofrecer su grano de arena para ir construyendo una
sociedad más pacífica, tolerante y próspera.
Ciertamente que hemos progresado generando leyes, protocolos y
procedimientos que efectivamente favorecen la persecución de ilícitos,
asignando penas cada vez más relevantes ante delitos graves. Este es un camino
que ciertamente hemos de recorrer para perseguir a quienes se creen que pueden
actuar más allá de la justicia y la ley, dañando a personas concretas y a toda la
sociedad.
Pero sabemos que eso no basta. Ya lo decía Jesús en otro pasaje del evangelio:
“Ningún árbol bueno da frutos malos, y ningún árbol malo da frutos buenos.
Cada árbol se conoce por su fruto, porque de los espinos no se recogen higos ni
se cosechan uvas de la zarza. La persona buena saca el bien del buen tesoro de
su corazón, y la persona mala saca la maldad de su mal corazón, porque la boca
habla de lo que abunda en el corazón (Lc 6,43-45).
Es desde el corazón humano, es decir, el ámbito de la interioridad personal, el
lugar de la conciencia que dialoga con los propios afectos y los valores, donde
se van decidiendo las motivaciones más profundas que dirigen nuestras
acciones. Nadie está exento de este mundo interior y personal que en definitiva
es el que modela nuestro actuar.
Por este motivo, las facultades personales, la propia conciencia y los valores
que pueden motivar nuestro actuar han de ser educados en todos los ciudadanos.
Desde la antigua Grecia, pasando por el Imperio Romano y proyectándose
después en la sociedad occidental plasmada por el cristianismo, se propugnó,
hasta algunas décadas, una visión antropológica y ética fundada en el cultivo de
las virtudes como la condición necesaria para que la persona humana pudiese
actuar en la sociedad. La característica de la virtud es que promueve dos
dimensiones: por una parte, la búsqueda del bien y, por otra, el deseo de
conseguir la excelencia, es decir, aspirar a lo más elevado y no conformarse con
lo mínimo.
Desde este horizonte, ya en la antigüedad, y después desarrollado notablemente
por Santo Tomás de Aquino en el s. XIII, se planteaban cuatro virtudes
fundamentales que constituyen la base para el desarrollo de todas las otras
virtudes, especialmente para quienes desarrollan una actividad de liderazgo en
una comunidad humana o en la sociedad política. Fueron llamadas virtudes
humanas o virtudes cardinales, porque se desarrollan desde el hábito personal
alimentado por la convicción humana.
Se trata de la prudencia, la fortaleza, la justicia y la templanza. Ajena a la
cobardía o al inmovilismo, Aristóteles definía la prudencia como el
discernimiento racional y recto de las acciones humanas, tratándose de una
virtud que impulsa el entendimiento práctico de manera que se humanice a sí
mismo y a los demás en sus operaciones.
La fortaleza es la virtud moral que permite persistir en la firmeza y la
constancia, ante las dificultades, para conseguir el bien, superando la propia
debilidad y los obstáculos que amenazan este propósito.
La justicia, por su parte, permite dar a cada uno, incluidos nosotros mismos, lo
que le es debido. Por de pronto, por la virtud de la justicia se ha de respetar el
derecho y la dignidad de cada uno, establecer relaciones humanas moldeadas
por la armonía y buscar el bien común.
Finalmente, la templanza es la virtud que nos permite superar la atracción que
nos provoca aquello que nos aleja del bien. Esta virtud potencia en nosotros la
capacidad de no dejarnos condicionar, por ejemplo, por el poder cautivador que
puede ejercer el dinero, el poder, la fama o el placer cuando nos separan de la
consecución del bien en la justicia.
En la actualidad, nadie habla de las virtudes. Los programas escolares hace años
que las han abandonado, atraídos por la razón tecnocrática que busca sólo la
funcionalidad, olvidando la formación humana y antropológica de muchas
generaciones. Al menos deberíamos reflexionar muy profundamente como
sociedad, cómo podemos mejorar la inserción de todos nosotros en la Polis, de
manera que vayamos avanzando en una sociedad democrática sostenida por la
convicción y compromiso de sus ciudadanos.
Esto reviste aún mayor importancia ante el hecho de que próximamente, en
pocas semanas más, los chilenos tendremos la posibilidad de elegir
gobernadores, alcaldes y otras autoridades locales, quienes tendrán la gran
responsabilidad de asumir cargos de innegable liderazgo local, que les otorgará
gran relevancia en la sociedad. Será ocasión para que los candidatos puedan
explicitar sus motivaciones más profundas y para que los ciudadanos puedan
ejercer su propio y personal discernimiento sobre esta materia.

6. Palabras finales
Los desafíos que hoy debemos enfrentar como país siempre son una
oportunidad. Al mirar hacia atrás los 214 años de vida independiente, podemos
encontrar la vivencia, la entrega y el servicio de quienes nos han precedido y
fueron construyendo la nación que hoy heredamos. También nosotros hoy nos
encontramos con la responsabilidad de asentar las bases del Chile del mañana.
Por eso, es sumamente relevante que nuestras convicciones y motivaciones
permitan ir construyendo, desde la aceptación y el diálogo, la amistad cívica
que permite una sana convivencia nacional.
Nos acogemos al manto protector de Nuestra Señora del Carmen, Reina y
Madre de Chile y protectora de nuestra ciudad de Puerto Montt, para que sus
hijos de esta nación pueden crecer en paz y prosperidad.
Que así sea