Opinión Arzobispo de Puerto Montt: “La Prudencia”
Muchas veces en la vida nos encontramos ante situaciones nuevas e inesperadas. La urgencia de tomar una decisión nos habla de la condición humana que, por una parte, se encuentra exigida por la necesidad de optar y decidir y, por otra, que posee las facultades necesarias, a saber, la razón y la voluntad para enfrentar esta encrucijada. Ante este tipo de situaciones, no es raro que se recomiende actuar con prudencia o simplemente ser prudente. Pero ¿qué significa la prudencia? ¿es algo que se puede adquirir, desarrollar o se nace con ella?
En la actualidad, no faltan los que consideran a la prudencia como sinónimo de ausencia de osadía, empuje o creatividad para enfrentar algún desafío, confundiendo la prudencia con la indecisión y al prudente con el timorato o el pusilánime. En realidad, la prudencia es otra cosa. No es una condición pasajera ni tampoco la carencia de alguna facultad propia de la condición humana. La prudencia es antes que nada una virtud, es decir, un hábito o actitud de una persona para conseguir el bien y la excelencia en las acciones que emprende. Como hábito, la virtud se puede adquirir con la práctica y dedicación. Como búsqueda del bien, se enmarca en el ámbito del comportamiento, la ética o la moral.
Aristóteles definía la prudencia como el discernimiento recto o racional de las acciones humanas, circunscribiendo el actuar humano a la acción iluminada por la razón. De esta forma, la prudencia ha sido una virtud valorada no sólo en el mundo griego, sino también en el Imperio Romano, la Biblia y en la sociedad occidental plasmada por el cristianismo, ya que vincula la acción a la razón, superando así el actuar impulsivo o meramente emocional, el cual es inesperado y no siempre certero.
Cuando vemos a la sociedad contemporánea muchas veces tensionada por conflictos violentos y graves, o emprendiendo derroteros de dudosa humanidad, pues afectan la dignidad de tantas personas, especialmente los más vulnerables e indefensos, críticamente podemos alzar nuestra voz ante quienes conducen las naciones para preguntarles si acaso han echado mano a la prudencia para discernir lo que es bueno y recto. Valga para ellos, así como también para nosotros, este urgente llamado a dejarle un espacio relevante a la virtud de la prudencia en nuestras vidas.
+ Fernando Ramos Pérez
Arzobispo de Puerto Montt