En las últimas semanas, nos hemos enterado con estupor de algunos casos de corrupción que involucran al Poder Judicial. Recientemente dos jueces han sido destituidos de la Corte Suprema de la Nación. En medio de estas circunstancias, aparece la figura de un abogado que, por sus vínculos con las esferas del poder, ha generado una red de tráfico de influencias, afectando notablemente este poder del Estado que por su naturaleza debería ser totalmente imparcial y libre de cualquier condicionamiento. Los ciudadanos contemplan con molestia e indignación estos hechos, porque lo que todos esperan de la justicia es que actúe en nombre de la verdad y de las leyes para que efectivamente la justicia no esté a favor de algunos en desmedro de otros.

Sin embargo, una cosa es el sistema del Estado para impartir la justicia y hacer cumplir las leyes, condición indispensable para la sana convivencia en la sociedad, y otra las actitudes y acciones personales que se apoyan en la justicia. El respeto a las leyes es algo que nos corresponde a todos, pero no basta para llevar una vida cotidiana correcta y fructuosa a la vez. En este caso, apelamos a la virtud de la justicia, una de las cuatro virtudes cardinales o fundamentales que orientan y modelan la vida de todos en la búsqueda del bien y la trascendencia.

La justicia, como virtud moral, consiste “en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido […]. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y el bien común” (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1807).

Ante un mundo convulsionado que prefiere muchas veces privilegiar el consumismo, la ganancia fácil, la comodidad, a través del engaño, la mentira o el abuso, la virtud de la justicia se levanta como un faro que por una parte crítica los modelos de vida construidos sobre bases inconsistentes y frágiles, y por otra propone la solidez de una vida que se apoya en el compromiso por la equidad entre las personas. De esta forma, se consigue establecer un estilo de vida que permite superar la venganza, el engaño, el privilegiar a los conocidos, a los amigos a los parientes, o utilizar los recursos de todos para beneficio personal o de un grupo específico. Cultivar la virtud de la justicia se impone como una exigencia, que va más allá del solo respeto a las leyes, para generar las condiciones que sostienen una sana convivencia entre todos.

+ Fernando Ramos Pérez

Arzobispo de Puerto Montt