Opinión Arzobispo de Puerto Montt: El peral y la templanza
En su magnífica autografía, Agustín de Hipona (354-430 d.C.) cuenta un episodio que vivió cuando era adolescente junto a otros amigos. Después de haber estado jugando, entraron a un predio que no era de ninguno de la familia de ellos, en donde había un peral lleno de frutos maduros; lo agitaron con entusiasmo y se llevaron un abultado botín; después de comer algunas peras, el resto se lo tiraron a los cerdos para que satisficieran su inagotable apetito.
A partir de este hecho, en su libro “Las Confesiones” hace una larga reflexión sobre por qué participó en esa acción que a todas luces era inaceptable. Él sabía que se estaban apropiando de algo que no les pertenecía; la ley natural, inscrita en sus corazones, les decía que estaba mal robar a los demás y, sin embargo, igual lo hizo con sus amigos. Sintieron el gusto de hacer algo prohibido sin sopesar las consecuencias de un acto de esta naturaleza.
Así a diario los seres humanos nos vemos enfrentados a tomar decisiones. En muchas ocasiones, nuestra razón nos indica como proceder para conseguir el bien, o por el contrario qué significa actuar de tal manera que nos lleve al mal; pero, a veces nos confundimos; no perseveramos en el bien y nos dejamos llevar por otras motivaciones, impulsos o simples consideraciones para actuar el mal. ¿Por qué engañar o mentir o tantas otras acciones es malo e igual las hacemos? ¿es malo solamente cuando soy descubierto o simplemente es malo en sí mismo?
Para resolver estos dilemas que muchas veces golpean la puerta de nuestra vida, podemos cultivar la virtud de la templanza. Esta virtud, una de las cuatro virtudes cardinales junto a la prudencia, fortaleza y justicia, nos permite perseverar en el bien, a pesar incluso de las poderosas tentaciones que el mal nos pueda presentar. El bien no se consigue simplemente por una aceptación emotiva o afectiva, sino por la firme aceptación, convicción y decisión de que el bien es siempre superior al mal, aunque sea impopular o fatigoso. Privarse de engañar puede ser arduo en algunas ocasiones, porque significa hacerse responsable de los propios actos, pero indudablemente será mejor que la mentira, pues ésta confunde la realidad con la ficción, con el ánimo de privilegiar la falsedad a la verdad. La templanza es la virtud que potencia nuestra voluntad para reconocer y actuar siempre para conseguir el bien y no dejarse seducir por el mal. Años después de llevarse unas peras, san Agustín supo entenderlo y por eso se sintió feliz, porque consiguió la libertad que se sustenta en el bien y la verdad.
+ Fernando Ramos Pérez
Arzobispo de Puerto Montt