La Esperanza
Cuando continuamente se viven situaciones de amenaza o peligro, como en la actualidad en que constantemente nos enteramos de hechos de violencia y delincuencia que amenazan la seguridad de las personas, no es raro que surja entre los habitantes de una comunidad un sentimiento extendido de desazón, angustia y desesperanza.
Los seres humanos tenemos la capacidad de tener sentido de futuro, de proyectarnos hacia adelante, es decir, podemos hacer planes e imaginarnos un futuro mejor y más confortable para uno y sus seres queridos. La altura de las expectativas del futuro o el sueño que las pueda generar está en directa relación con el sentido de esperanza que tengamos. Si experimentamos una esperanza consolidada y firme, entonces, miraremos el futuro con mayor confianza, ya que tenemos la seguridad de que siempre habrá algo mejor para nosotros.
De aquí surge la pregunta ¿en qué fundamos nuestra esperanza? ¿qué da solidez a lo que anhelamos para el futuro? Los fundamentos de la esperanza pueden ser muy variados. Para algunos, la esperanza se funda en las posibilidades de la acción e ingenio humanos; el avance científico y tecnológico siempre trae respuestas a los requerimientos humanos. Otros ven en la eficiencia de las organizaciones, particularmente del Estado, lo que ciertamente traerá un futuro más confortable para todos. O bien algunos sostienen que el esfuerzo y educación personal son la clave para mirar el futuro con esperanza.
Los cristianos, por su parte, saben de esperanza porque se experimentan a sí mismos como necesitados de esperanza. La condición frágil y débil del ser humano, ahuyenta las posibilidades de fundar la esperanza en los logros que pueda conseguir la especie humana. Por el contrario, la fuente de la esperanza la descubren desde la experiencia de Dios que se involucra con los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. Los cristianos ven que su esperanza no se sostiene en una utopía voluntariosa, sino en el hecho histórico de la resurrección de Jesús con la que ha vencido la muerte, el odio, la injusticia y la violencia. Por ello, la virtud teologal de la esperanza “corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1818).
+ Fernando Ramos Pérez
Arzobispo de Puerto Montt