Arzobispado de Puerto Montt

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Misa y Vigilia Pascual en Catedral de Puerto Montt

Con la Catedral de Puerto Montt acompañada de fieles se celebró en la noche del Sábado Santo la Vigilia Pascual tras la bendición del fuego y la liturgia de la luz.

Esta vigilia Pascual es la madre de todas la vigilias porque es Dios quien nos ha regalado a su hijo Jesucristo, quien ha vencido la muerte.

Durante la ceremonia y en un emotivo momento se realizó el bautismo de uno de los presentes, se renovaron las promesas bautismales  y también  el arzobispo confirió el sacramento de la confirmación a  miembros de la comunidad.

Homilía

En su homilía para la Vigilia Pascual, el Arzobispo de Puerto Mott, Fernando Ramos dijo que “esta vigilia pascual, esta vigilia que estamos celebrando este Sábado Santo en la noche, es el momento litúrgico más importante del año. Es el momento en donde nuestra fe en Jesucristo se ve profundamente renovada por el misterio central de nuestra fe.

El misterio central de nuestra fe es que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, pasó haciendo el bien hace dos mil años y fue llevado a un juicio, a una pasión, fue torturado, fue maltratado, fue crucificado, murió en la cruz, pero resucitó. Ese es el hecho más insólito, inédito, inaudito en la historia de la humanidad. Y es el fundamento de nuestra fe.

Si hay algo que caracteriza a todos los cristianos, no solamente a los católicos, a los evangélicos, a los ortodoxos, a los anglicanos, a los calvinistas, a los metodistas, a todas las confesiones cristianas del mundo entero, es que confesamos que Cristo resucitó. Por eso es un momento tan importante para nosotros. Pero este momento lo visitamos en esta Vigilia Pascual en distintos momentos dentro de la misma Vigilia.

Comenzamos la Vigilia en la entrada, bendiciendo el fuego, con el cual encendimos este gran Cirio, el Cirio Pascual. Este Cirio va a presidir todas nuestras celebraciones litúrgicas en los próximos 50 días que componen lo que llamamos el Tiempo Litúrgico Pascual. Este Cirio expresa simbólicamente a Cristo resucitado, que emite una luz.

Por eso entramos con el Templo oscurecido. Y esta Vigilia se hace de noche, porque en nuestra vida caminamos en tiniebla. Nuestra existencia como seres humanos muchas veces está lacerada, herida, afectada, confundida por tantas circunstancias.

Todas circunstancias que nos hablan de nuestra condición humana muy frágil. Somos criaturas, no somos una divinidad, quisiéramos serlo, pero no lo somos. Y por eso necesitamos una luz en nuestro camino.

Y esa luz la representa Cristo resucitado, y por eso al comenzar esta liturgia, hemos entrado en el Templo con el Cirio Pascual, y es Cristo que entra en nuestra vida, reunida en la oscuridad a veces de nuestro pecado, de nuestra inseguridad, de nuestras incertidumbres, y nos ilumina. Y después hemos repasado la historia de la salvación que nos relata la Escritura, tomando algunos textos seleccionados del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Pero los leemos desde la claridad de la resurrección de Cristo.

Leemos, por ejemplo, el relato del paso por el Mar Rojo del Pueblo Israel, que para el Pueblo Israel es un hecho importantísimo, fundante de lo que es este pueblo. Pero nosotros, leyéndonos de la fe de Jesucristo, reconocemos en ese episodio que ocurrió hace más de 3.000 años atrás, reconocemos simbólicamente el paso nuestro de la muerte a la vida, del pecado a la gracia. De la esclavitud a la libertad.

¿Y cómo se produce ese paso en nosotros? Por medio del Sacramento del Bautismo. Y el simbolismo del Pueblo de Israel que pasó por el Mar Rojo, que atravesó el Mar Rojo, se realiza en nosotros con el Sacramento del Bautismo que pasamos también por el agua para poder acceder a la libertad, a la gracia y a la esperanza. Eso es lo que celebramos hoy, no solamente un episodio histórico, extraordinario, del cual dan testimonio los primeros discípulos, los apóstoles, del cual dan testimonio en los Evangelios, como acabamos de escuchar ahora el texto del Evangelio según San Lucas, que nos narra el primer día de la semana después de que habían pasado esos tres días con Jesús sepultado.

Que se descubren estas mujeres que van al sepulcro, que el sepulcro está vacío y se les produce un desconcierto gigantesco. Y aparecen dos hombres luminosos que les dicen que Cristo ha resucitado. Por eso estas mujeres, acongojadas, pasan al estupor de no saber por qué esta tumba estaba vacía, a la alegría de aceptar en su corazón que Jesús ha resucitado y lo anuncian a los demás.

Por eso Pedro después va y se encuentra con el sepulcro vacío y queda profundamente conmocionado. Después ellos tuvieron la experiencia de encuentro con Jesús resucitado durante los 50 días después de la Pascua y ellos se transformaron en misioneros para anunciar al mundo entero de este hecho maravilloso. Por eso nosotros nos reunimos esta noche en esta vigilia, para festejar este momento importante, porque este momento tiene relevancia para nosotros, es algo significativo para la vida nuestra.

Al final siempre nos vamos a preguntar en nuestra vida y conforme vamos acumulando años, ¿para qué vivimos?, ¿por qué tenemos que vivir?, ¿por qué a veces tenemos que vivir momentos difíciles, duros?, ¿por qué nos enfermamos?, ¿por qué a veces somos protagonistas o presenciamos o acompañamos tragedias humanas muy grandes? Y ante el dolor, el sufrimiento, o si nos vamos en otro plano, la injusticia, la guerra, todo aquello que uno dice, bueno, ¿dónde está Dios ahí en mi vida o en la vida de otros? Y por eso nos va generando muchas preguntas y nos va generando oscuridad en nuestra vida. Todo eso se asume desde el punto de vista de nuestra propia existencia con la resurrección de Cristo. La resurrección de Cristo es la luz para nuestra vida.

Y por eso, San Pablo, a quien escuchábamos en un texto memorable, en la Carta a los Romanos, decía así, ¿no saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús nos hemos sumergido en su muerte? Es decir, el bautismo, el sacramento del bautismo, nos une a la muerte de Cristo. Por el bautismo fuimos sepultados con él. Para que, así como Cristo resucitó con la gloria del Padre, también nosotros podamos llevar una vida nueva y resucitar.

¿Qué significa esto? Que a pesar de todos los problemas que nos toque vivir, o presenciar, o acompañar, a pesar de todas las oscuridades que puedan presentarse en nuestra vida, o por nuestra enfermedad, o por nuestras relaciones, o porque hay otros que nos amenazan y nos complican la vida, a pesar de todo eso, la resurrección de Cristo siempre se impone, siempre es luz, siempre nos trae esperanza. Y porque la residimos en la fe, esta realidad se transforma en nosotros en una fuente de renovación muy grande, en una fuente de esperanza maravillosa, en algo que nos debería cambiar. Desde ese punto de vista, nosotros deberíamos preguntar entonces, ¿cómo podemos ser nosotros testigos de esperanza para el mundo que nos toca vivir? ¿Cómo podemos ser evangelizadores, es decir, anunciadores de buenas noticias a las personas que están a nuestro alrededor, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro barrio, en nuestra sociedad, en nuestra ciudad? ¿Cómo podemos ser nosotros testigos de Cristo resucitado y compartir con otros? Hay mucha gente que nunca ha logrado entender ni avizorar el impacto gigante que tiene la resurrección de Cristo en la vida de la humanidad entera y en la propia vida de cada uno que la acepta.

Eso es lo que el Señor nos invita hoy día a poder transmitir a otros entonces esta convicción, esta grandeza tan maravillosa. Y si todos de una u otra forma participáramos de este gran depósito de la fe, de esta gran fuerza que es la resurrección de Cristo, seguramente este mundo sería muy distinto. Seguramente sería muy distinto.

Pero eso depende de nosotros, no depende de una fuerza exterior, extrahumana, que nos venga a hacer a nosotros la pega de construir el mundo de acuerdo a la voluntad del Señor. Pidámosle entonces al Señor que nos siga acompañando. Y ahora vamos a concluir con estas palabras, concluimos la segunda parte de esta vigilia, que es la liturgia a la palabra, y vamos a entrar en la tercera parte que se llama la liturgia bautismal.

Vamos a renovar nuestras promesas bautismales, justamente por lo que hablábamos de la importancia del bautismo. Es hacer en nosotros presente la muerte y resurrección de Cristo. Y hoy una joven se va a bautizar aquí en medio de esta comunidad, ella va a recibir este sacramento del bautismo, por el cual es integrada a esta comunidad de creyentes.

Y después que bauticemos a esta joven, ella más otras personas, adultos, van a recibir también el sacramento de la confirmación, con el cual ella que es adulta y los otros jóvenes van a completar la iniciación cristiana. El sacramento del bautismo, el sacramento de la confirmación, y van a participar también de la comunión y de la Eucaristía. Los tres sacramentos que componen esta iniciación cristiana y que nos hace adultos y maduros para vivir la fe desde la mirada del Señor.

Por eso, queridos hermanos, los invito a que sigamos esta celebración. Y una vez que hagamos la liturgia bautismal, vamos a concluir con la liturgia eucarística. Con el ofertorio, que vamos a presentar los dones de pan y vino, que van a ser consagrados en el cuerpo y la sangre del Señor, porque después de todo este camino que estamos realizando en esta vigilia, de la luz, la palabra, el bautismo, Él nos invita a la mesa a compartir su cuerpo y su sangre”.

“A Él sea todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Amén.