Opinión: Las andanzas de Saulo
Saulo fue un judío que vivió hace unos 2000 años. Nació fuera de la tierra de los judíos en la localidad de Tarso, actualmente Turquía, en medio de la numerosa colonia de judíos de la diáspora. Pero por esas extrañas circunstancias de la historia, también era ciudadano romano. Resulta que varias décadas antes de su nacimiento, los ciudadanos de Tarso fueron fieles al emperador romano en un conflicto armado y, como premio por su lealtad a Roma, recibieron el beneficio de ser ellos y sus descendientes ciudadanos romanos.
Era una persona en permanente búsqueda de las cosas esenciales de la vida. Por esta razón, cuando joven se trasladó a Jerusalén para recibir una educación a la sombra de Gamaliel, uno de los grandes maestros de la época, con el objeto de llegar a ser un devoto fariseo. Su anhelo más profundo era ser fiel a la ley de Dios para vivir la alianza con Yahvé, tal como lo había enseñado Moisés. Estando en esa ciudad, tuvo conocimiento de un grupo de gente sencilla, sin mayor instrucción, que se decían discípulos de un nazareno de nombre Jesús, que había sido ajusticiado en la cruz como un criminal y que sus seguidores en cambio decían que estaba vivo. Esto lo llenó de ira, por su celo en el cumplimiento de la ley mosaica. Fue así que presenció el brutal apedreamiento de Esteban, uno de ese grupo, y después consiguió autorización para ir a la ciudad de Damasco para depurar la comunidad de judíos de cualquier influencia nociva de cristianos.
Yendo de camino a Damasco, tuvo una experiencia inolvidable. Vio una gran luz, cayó del caballo y sintió una voz que le preguntaba por qué lo perseguía. Enceguecido y confundido, pregunta quién es y recibe la respuesta que es Jesús de Nazaret a quien persigue en sus discípulos. El desconcierto de Pablo llegó a su punto más alto y, después de recuperar la vista en Damasco, se retiró por un largo tiempo para aclarar sus ideas. ¿Qué podía hacer? ¿permanecer atado a sus antiguas verdades o abrirse a la luz inesperada de esa voz?
Al final optó por lo segundo y se transformó así en catequista, misionero, teólogo y escritor. Su convicción fue tal que vivió todas las vicisitudes posibles: perseguido, náufrago, encarcelado y maltratado. Finalmente murió mártir en Roma. Buena enseñanza nos deja San Pablo, cuya conversión celebramos el 25 de enero recién pasado, pues quien busca, encuentra y el que se deja transformar por la verdad encontrada, siempre cambia para mejor.
+ Fernando Ramos Pérez
Arzobispo de Puerto Montt